Y bueno, que todo el mundo se sabe la historia al derecho y al revés. Por el día son dos ratones blancos de laboratorio y solo Dios sabe cuantos productos habrán tenido que soportar las ratas (me puedo imaginar a Pinky diciéndole a Cerebro: “Creo que el rubor Anaranjado Puesta de Sol va mejor con mi rostro que el Chocolate Ron Oscuro.”). Cuando solo queda la noche, la ciudad y las ratas, Cerebro toma el control y saca el plan de turno para la conquista mundial. Debido a su tamaño, Cerebro tiene un complejo de Napoleón, lo cual impide el éxito de sus planes. Otras cosas que impiden que Cerebro conquiste el mundo son los errores de Pinky, la poca inteligencia de los humanos o simplemente mala suerte.
Realmente lo que me atrae de estos personajes no es que sean bonitos, acariciables y adorables. Ya se como empezará y terminará la historia; Cerebro querrá conquistar al mundo, Pinky lo hace porque le encanta pasar tiempo con su mejor amigo, el plan se hace cenizas y al final de la noche Pinky dirá:
-¿Qué haremos esta noche, Cerebro?
-Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky. ¡Tratar de conquistar el mundo!
Y se repite la fórmula la siguiente noche.
Y la siguiente.
Y la siguiente.
Y la siguiente…
¿Ven el patrón? ¡El tipo no se rinde! Todas las noches el plan se hace sal y agua ¡y TODAS LAS NOCHES vuelve a intentarlo! O son masoquistas o simplemente no se han mirado al espejo para saber que no podrán hacerlo porque son RATONES. Lo cómico es que poco importa si son ratones de laboratorio o no, lo que importa es que tienen una misión: O conquistan el mundo o se mueren en el intento.
Lo que me lleva al principio del relato y al último sorbo de té: sacar o no el layout… ¡nah! Mejor que se quede ahí. Total, como dirían ellos en una de esas ocurrencias:
Cerebro: -Pinky, ¿estas pensando en lo que estoy pensando?
Pinky: -Creo que si, Cerebro, pero…¿y si el hipopótamo no quiere usar calzones?
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