Friday, August 14, 2009

Mucho que hacer, poco tiempo para hacerlo.

"Por la mañana, Señor, escuchas mi clamor." Salmo 5:3a

Son las seis de la mañana, hora del Atlántico, en la Isla del Encanto (debería decir La Isla Hecha Pedazos, pero bueno, ese es otro tema para otro blog). Voy directo a la estufa a preparar el café, apago los abanicos, y preparo el desayuno. Mi primer ruego al cielo es que el café esté listo pronto, porque si no, no voy a funcionar por el resto del día. Mentalmente hago el "to do list" que me toca: levantar a mi hijo, prepararlo para la escuela, orar, ir a correr, seguir orando, fregar los platos, seguir orando... ¡Ay Padre, la perra! ¡Tengo que alimentar a la perra!

Salgo en pijamas al patio trasero y allí está Azabache, una perra negra mitad Labrador y mitad Sato Puertorricensis... que debimos llamarle Odie, porque se comporta igualito que el dichoso animal. Su alegría es tan grande, que me brinca encima como si pudiera soportar el peso, y cuando único se está quieta es cuando ya le he servido su desayuno de comida seca. Por un momento me quedo observando el resplandor del sol entre las casas de la urbanización en la que vivo y pienso: "Gracias, Señor, por el milagro de vivir un.... shhhhhhshhhhhshhhhshhhhshh" ¡Oh Dios, el café se desborda de la cafetera!

Salgo corriendo a la cocina para ver que en efecto, el café por poco se sale de la greca*. Me sirvo el líquido caliente con un poco de leche y azúcar. Levanto la taza caliente, la acerco a mi nariz, inhalo el aroma, me quedo un segundo en el espacio y mi recuerdo se va a las mañanas con mi abuela paterna, en la casa que me crié. Tomo el primer sorbo y mi cuerpo reacciona con alegría, porque sabe que la cafeína entró al santo templo de Noramid. Me quedo en ese mundo etéreo por un minuto, cierro los ojos y acerco la taza a mi boca. El vapor del café caliente vigoriza mis sentidos y hace que mi alma baile de regocijo....¡¡¡ biiiippppbippppbipppbiippppbiippppp!!! Lord have mercy, la alarma del cuarto de mi hijo!

Cuando llego a la habitación del flaco, ya está despierto . Lo abrazo, lo beso y comienza una batalla campal de los pro y contra de ir al colegio. "Pero mami", me dice el flaco mientras alinea los argumentos del día y se pone el uniforme, "es que es lo mismo todos los días. Tú me levantas, como desayuno, me lavo los dientes, y mami... ¡Pero escúchame, mami! ¿Ya tú bebiste café, que todavía estás en Babalandia? Ma, el colegi... mami, ¿tienes algo en la estufa?"

Llego a la cocina, y en efecto, la estufa está prendida con lo poco que queda de café y por poco incinero la casa. Sirvo el desayuno para que mi hijo se coma cuatro cucharadas, tome sus útiles mientras me cambio de ropa y salgamos antes de las siete por aquello de ganarle al tráfico, a la escuela. En la primera luz saludamos a Otilio, el vendedor de periódicos, con los primeros titulares del día "Mueren cuatro en balacera en la calle en la madrugada" "Gobierno gasta 2 millones de dólares en subasta por el concierto de Britney Spears" "7,000 empleados públicos sin trabajo"... Mi hijo, que también acaba de leer lo mismo que yo, me toma de la mano y me dice tiernamente "Mami, por lo menos nos tenemos, ¿no es cierto?" Paaaaaaaaaapaaaaaaaaaaaapaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Durante ese momento especial Disney, la luz cambia de roja a verde y la señora que va detrás de mi, pensando tal vez que el mundo va ir más rápido, me toca la bocina desesperada. Me pasa por el lado como si la calle fuera la pista de carreras de Salinas y me grita cuanto improperio se han inventado en la lengua española. ¿Gritarle lo mismo, o bendecirla? Prefiero bendecirla. A lo mejor ella también es una mami on the run... Muchas cosas que hacer, poco tiempo para hacerlo.

Llegamos al colegio y mi hijo se despide con la mano (ya es muy grande para los besos). El resto del día corre de la misma manera que la mañana. La diferencia es que, como dice el flaco, nos tenemos. Y eso es más que suficiente.

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